Vaya por delante que todas las generalizaciones son injustas, y por tanto es aconsejable evitarlas dentro de lo posible. A veces, sin embargo, es inevitable recurrir a la generalización. Es el caso, por ejemplo, cuando hablamos de grupos sociales amplios (los jóvenes, los mayores), y especialmente cuando esas generalizaciones son utilizadas constantemente, y sin ningún tipo de escrúpulos, por los políticos, y no solo a nivel discursivo sino, lo que es peor, a nivel legislativo y administrativo. Por ejemplo, cuando se legislan ventajas o descuentos especiales para “los jóvenes”, solo por ser jóvenes, sin hacer distinción alguna entre los jóvenes que carecen de recursos económicos y los que los tienen sobrados.

Hecha esta aclaración, nos referiremos aquí a “los jóvenes” con la debida cautela, y dejando claro desde el principio que en su modo de pensar y de actuar no todos los jóvenes son iguales ni mucho menos. De hecho, son muchos los jóvenes que colaboran con la Plataforma contra la Discriminación por Edad. Ni ellos ni otros muchos están incluidos en nuestra generalización. No obstante, los que sí lo están –no podemos saber con certeza si la mayoría o una minoría- han puesto de manifiesto la existencia de una patología social resultado de las políticas discriminatorias por edad a que estamos constantemente sujetos en España.

Con objeto de obtener sus votos, partidos políticos y gobernantes compiten en todo tipo de adulaciones y promesas a los jóvenes, promesas que a veces se plasman en políticas fuertemente discriminatorias hacia quienes no son “jóvenes”, y que tienen su contrapunto inevitable en una marginación cada vez más dura de los “mayores”.

Se convence a los jóvenes –en muchos casos ingenuos y sin experiencia- de que son víctimas de una sociedad que les maltrata, una sociedad construida así por sus mayores, para después presentarse como sus salvadores. Los mayores, los que en muchos casos han luchado a brazo partido y con pocos medios para salir adelante y para sacar adelante a esos jóvenes, ahora resulta que, según esos políticos deseosos de sobornar el voto joven, son los culpables. “Nuestra sociedad tiene una gran deuda para con los jóvenes” afirmaba un conocido político hace poco. No es nada nuevo. Afirmaciones como esa las estamos escuchando continuamente. Dan votos. Pareciera que el joven no debe nada a la sociedad que ha hecho una gran inversión para criarle, educarle, mantenerle sano… Resulta que la sociedad se lo debe todo a él.

No hace falta ser psicoanalista para ver el resultado de ese tipo de afirmaciones y las consiguientes medidas discriminatorias. Emergen jóvenes irresponsables, insolidarios, centrados en sí mismos y en su propio beneficio, resentidos hacia esa sociedad que supuestamente les debe tanto… Y así se ha puesto de manifiesto en la presente crisis del Covid-19: Absoluta indiferencia de muchos jóvenes a la salud de los mayores: botellones, barras libres, fiestas, fiestas y más fiestas, cientos de macrofiestas, incluso en los momentos más críticos de la pandemia… con total desconsideración hacia la salud de los más vulnerables, los mayores.​

Es una patología social que, con los discursos y prácticas discriminatorias, cada vez se va agravando y va dando lugar a un auténtico antagonismo generacional.

¿Qué sociedad y qué futuro estamos preparando precisamente para esos jóvenes?

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