La historia de Mariuccia —una mujer de 98 años que no deja de vivir con intensidad— nos regala una lección poderosa sobre lo que significa envejecer con dignidad, propósito y alegría.

Cada mañana Mariana se levanta pasadas las 11 y lo primero que hace es beber medio litro de agua con magnesio y potasio. No es un capricho: esta bebida fortalece sus huesos, regula su presión arterial y activa su mente. Mientras tanto, ella se pone al día con las noticias, porque estar informada también forma parte de sentirse viva.

Luego, su desayuno es una pequeña celebración de sabores frescos: un jugo de kiwi o naranja y una infusión de hinojo —ideal para la digestión— preparado por su marido, 30 años menor. Es también un acto de cuidado y complicidad que trasciende las edades

Mariuccia no se conforma: planta sus propias frutas y verduras en su huerto, y cocina “del campo a la mesa”. Sus platos favoritos son ligeros, llenos de vida, hechos con ingredientes que rescatan el sabor de lo auténtico —zanahorias gratinadas con tomate y apio, pan tostado con mozzarella de búfala o queso feta, y verduras cocidas por la noche— aunque no se priva de un bistec si se le antoja

A esta sabiduría gastronómica, Mariuccia suma su pasión por el deporte. Nació en 1926, aprendió a nadar en tiempos de Mussolini, jugó tenis y golf, y ahora sigue surfeando en windsurf cada verano en Cerdeña. Aunque admite que manejar la vela se le hace más pesado con el paso del tiempo, eso no frena sus ganas de volver al agua.

Su vida entera es una reivindicación viviente: la edad no define lo que somos, ni lo que podemos hacer. Mariuccia no solo desafía los límites del calendario: es una invitación a repensar la vejez como una etapa de plenitud, actividad y conexión. Este verano—y todos los que vendrán—ella seguirá surcando olas, demostrando que envejecer bien no se trata de sobrevivir, sino de seguir queriendo vivir.

Fuente: Trendencias.com

Foto: Facebook

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