Cuando la edad se convierte en prejuicio: desmontando mitos que invisibilizan el talento senior
A pesar de la evidencia, persisten ideas preconcebidas que infravaloran a los profesionales más veteranos. Estos mitos, más narrativos heredados que realidades empíricas, contribuyen a una cultura laboral que margina la experiencia, impide la colaboración intergeneracional y desperdicia un capital humano valiosísimo.
Uno de los mitos más arraigados es el de la “sucesión generosa”: la falsa creencia de que, para que los jóvenes progresen, los mayores deben dar un paso al costado. Pero la economía y el trabajo no son recursos finitos. Al contrario: se expanden con la diversidad, la experiencia compartida y el diálogo. Integrar no es obstaculizar, es multiplicar.
Otro prejuicio frecuente es la supuesta incapacidad tecnológica de las personas mayores. Sin embargo, los datos y las historias personales lo desmienten: desde quienes aprenden a programar tras jubilarse, hasta quienes lideran equipos en entornos digitales. El verdadero obstáculo no es la edad, sino la exclusión estructural que impide el acceso a formación y desarrollo.
También una supuesta decadencia física y cognitiva que reduce su productividad. Nada más lejos de la realidad: estudios de la OCDE y McKinsey demuestran que los trabajadores mayores aportan estabilidad, mentoría, lealtad y experiencia, y que las empresas que los integran con éxito son incluso más productivas.
Tampoco resiste el análisis la idea de que la innovación pertenece a los jóvenes. La creatividad no tiene edad: muchos fundadores de startups exitosas superan los 40 años, y las trayectorias largas suelen ser el terreno fértil de las ideas potentes. La clave está en el entorno: donde se promueve la mejora continua, los veteranos no frenan el cambio, lo lideran.
Y está, por último, el mito del coste. A menudo se asocia a los mayores con un gasto elevado. Pero este cálculo olvida lo más importante: su valor intangible. Forman, previenen errores, aportan coherencia y sostienen la cultura organizativa. Reemplazarlos no solo tiene un coste económico; también erosiona la memoria institucional y el sentido del oficio.
Desmontar estos mitos no es un ejercicio intelectual: es una urgencia cultural. Porque dejar de ver la edad como una barrera es empezar a verla como un horizonte. Un horizonte que nos invita a construir organizaciones más humanas, diversas y justas, donde las generaciones no compiten, sino que colaboran para un futuro común.
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