El lenguaje no solo describe la realidad: la moldea. En el caso del edadismo, las palabras que usamos para referirnos a las personas mayores pueden reforzar estereotipos, invisibilizar su diversidad o limitar su participación social.
El uso de expresiones como “ya no está para eso”, “los abuelos” o “los viejos” como categorías homogéneas, reducen la identidad de millones de personas a clichés simplificadores. La utilización para representar al colectivo mayor de una imagen de personas débiles, que requieren de compañía y bastón, encuadra al colectivo en ese estereotipo, que no siempre responde a la realidad.
Hay personas mayores más en forma que muchas jóvenes y perfectamente autónomas e independientes.
Según un estudio publicado en la Revista Española de Geriatría y Gerontología, el lenguaje edadista tiene efectos negativos en el bienestar físico, emocional y social de las personas mayores. En el caso de las mujeres, se suma a la discriminación de género, generando una doble exclusión.
El lenguaje jurídico y profesional también puede ser edadista si no se revisa críticamente. Pensemos en algunos de los términos que usan nuestras normas: dependiente, clases pasivas, incapaz/incapacitación, anciano, tercera edad, minusválido/inválido, vejeces desvalidas/pensionistas pobres, carga familiar por ascendientes, asilo de ancianos, club del jubilado/hogar del pensionista, inactivo, etc.
Son todos vocablos que perpetúan una visión pasiva y homogénea de la vejez, ignorando la diversidad de situaciones y trayectorias vitales.
María Jesús González-Espejo
Fuente y foto: Confilegal.com
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