Sobrevivir es un triunfo evolutivo, pero en nuestra sociedad llega un momento en que cumplir años significa ser estigmatizado. Asociamos mayor, jubilado, con anciano, y anciano con enfermo y deterioro. Y eso determina el trato que reciben los mayores.

Si ronda los 60 años, mejor que vaya preparándose para sentirse discriminado. Puede que vaya al médico por alguna dolencia y le despache con un sencillo “son gajes de la edad”. Si tiene la suerte de cumplir algunos años más, no se sorprenda si un perfecto desconocido le interpela como “abuelo”, le habla elevando el tono y vocalizando como si se dirigiera a un bebé, o le suelta una retahíla de diminutivos. O quizá sea alguien mucho más próximo y querido quien ante una de sus propuestas le suelte un “¿a tu edad?” o “tú ya no estás para esto”. Si cree que este augurio es exagerado, quizás es que no está al tanto de que el 60% de la población española se declara convencida de que a partir de los 65 años la salud sufre un deterioro fuerte, que la mayor parte de las personas mayores tienen incapacidades que las hacen depender de los demás, que tienen mala memoria, que son rígidas e inflexibles, menos activas, irritables… y –para el 50%– seniles. Si tanta gente piensa así no es de extrañar que, como apuntan algunos expertos, el edadismo –la discriminación por razón de edad– sea hoy más fuerte en las sociedades occidentales que el sexismo y el racismo, aunque más sutil y difícil de detectar.

“La discriminación existe, es real, y hay muchos ejemplos, empezando por la jubilación obligatoria, que te está diciendo que a partir de una edad no eres capaz de trabajar o de hacer cosas”, afirma Domingo Ruiz, vocal de geriatría de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología que lleva 25 años trabajando con personas mayores. Rocío Fernández-Ballesteros, profesora emérita de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y directora del grupo de investigación Even, evolución y envejecimiento, subraya que cuando se fijó la edad de jubilación a los 65 años la esperanza de vida rondaba los 41 años y ahora es de 80. “No se puede jubilar a un individuo porque cumpla 65 o 67 años, porque hay trabajos que no requieren esfuerzo físico y mentalmente las personas están bien a esa edad; por eso la jubilación debería ser voluntaria o establecer criterios de evaluación a lo largo de la vida del individuo para determinar cuándo realmente alguien no es competente para continuar trabajando”, enfatiza.

Carmen Huici, catedrática de Psicología Social de la UNED, asegura que hay muchos más ejemplos de discriminación por edad, algunos tan ocultos o sutiles que nos pasan desapercibidos, pero que no dejan dudas de que “si tenemos suerte y llegamos a mayores seremos estigmatizados por nuestra sociedad porque los mayores están desvalorizados”. A veces son cuestiones aparentemente nimias como preguntar “y tú por qué no te jubilas” a alguien con 64 años o decirle a uno de 70 “¡qué joven estás!” como sinónimo de que está bien (como si por ser mayor hubiera de estar mal), pero otras significan excluir a una mujer de los programas de prevención del cáncer de mama porque ya ha cumplido 65 años (aunque la enfermedad también aparece en edades superiores) o llegar a actitudes de humillación o malos tratos. Huici asegura que hay infinidad de casos de microedadismo en la vida cotidiana, empezando por el lenguaje y el tono con que muchas personas se dirigen a los mayores: “Hay una tendencia muy generalizada a hablar a los mayores como se hace con los bebés y los animales domésticos: elevando el tono y mostrándose cariñoso; y eso, si la persona está mal quizá lo interprete como afectuoso, pero si no tiene déficit cognitivo lo interpreta como una falta de respeto que daña su autoestima”.

La estigmatización de las personas mayores tiene que ver, según los expertos, con que en nuestra sociedad se equipara envejecimiento con deterioro. Múltiples investigaciones han demostrado que existen una serie de estereotipos asociados a la figura del mayor: que son poco capaces, que tienen mala salud, que son poco productivos, que son menos inteligentes que los jóvenes, que ya tienen la mente cerrada y, en definitiva, que son una carga social. Por el lado positivo se les atribuyen las etiquetas de afectuosos y sensibles. El lenguaje cotidiano está lleno de expresiones que reflejan esos estereotipos despectivos: viejo verde, vieja chocha, viejo gorrón, estar con un pie en la tumba o para el arrastre… Pero la realidad es otra: la mayoría de la población mayor de 65 años vive de forma independiente, no tiene deterioro cognitivo y se calcula que, con las gestiones y cuidados que prestan a otros, quienes tienen entre 55 y 75 años contribuyen con más de 106.000 millones de euros a la sociedad (según un estudio sobre la productividad en la vejez coordinado por la profesora Fernández-Ballesteros).

Pero que no sean ciertos no quiere decir que los estereotipos no tengan importancia. Carmen Huici, que con Antonio Bustillos y Rocío Fernández-Ballesteros han investigado los efectos de la activación de las etiquetas asociadas a la vejez, explica que afectan al rendimiento de las personas mayores. Uno de sus experimentos consistió en observar la reacción de un grupo de personas después de haber sido expuestas –sin que lo percibieran de forma consciente– a las etiquetas viejo y mayor mientras seguían otra información. “Comprobamos que si se les exponía a la palabra viejo eran más negativos en la evaluación que hacían de la misma información, y también eran más lentos al salir de la sala para ir al ascensor”, explica Huici. Y añade que hay múltiples trabajos que apuntan en la misma línea: que el uso de estereotipos que identifican a las personas mayores como inútiles hace que acaben mostrándose más torpes. Así, se ha comprobado que si se les encarga una tarea advirtiéndoles que mide la memoria su rendimiento es menor que si se les encarga la misma tarea con una información neutra, porque existe el convencimiento de que los mayores tienen mala memoria. Los expertos lo denominan la autoprofecía cumplida: si uno atribuye una incompetencia a alguien o le incita a dejar de hacer algo porque ya es mayor, la persona acaba por creerlo, deja de hacerlo y acaba realmente siendo incompetente para esa tarea. Fernández-Ballesteros y Huici recuerdan que la investigadora Becca Levy, de la Universidad de Yale, ha demostrado que quienes tienen una buena percepción del envejecimiento viven más años (7,5 más) y mejor que quienes lo perciben de forma negativa.

Por otra parte, los estereotipos también tienen consecuencias entre quienes trabajan con mayores, como el personal sanitario o el de las residencias, que los tratan de forma distinta a otros pacientes, refuerzan las actitudes dependientes y en ocasiones infradiagnostican problemas de salud física o mental al atribuir los síntomas a los “achaques de la edad”. Por ello la directora del grupo Even se muestra muy crítica con las atribuciones falsas sobre la edad y con quienes ella denomina yoya, “esas personas que con cincuenta y pico años dicen ‘yo ya no estoy para ir de excursión a la montaña’, o ‘yo ya no estoy para tal o cual cosa’ como si fuera consecuencia del envejecimiento cuando lo que ocurre es que han engordado o no hacen ejercicio físico”. El geriatra Domingo Ruiz coincide en la importancia de desmontar el estereotipo de que a partir de ciertas edades no se pueden realizar cosas “porque las personas mayores, como las de cualquier edad, son muy hetereogéneas y hay quien puede hacer mucho y quien no, si bien la mayoría es capaz de llevar una vida muy activa hasta los 80-85 años”. Huici advierte que la desvalorización de las personas se acompaña a menudo de sentimientos de pena, condescendencia o compasión que se traducen en actitudes paternalistas, en no dejar a esa persona hacer cosas que podría resolver por sí misma, con lo que se le quita la iniciativa, se siente inútil y al final se acaba comportando como tal.

Aunque los estereotipos y la estigmatización por la edad están muy arraigados en toda la sociedad, los expertos y las asociaciones de mayores aseguran que hay ámbitos donde se pone más de manifiesto, como el sanitario, la publicidad y los medios de comunicación, la administración o la política (véase información de apoyo). Con todo, opinan que la discriminación es menor que hace 15 o 20 años, entre otras razones porque cada vez hay más mayores que envejecen de forma activa y que intentan contagiar su buena percepción del envejecimiento. “Cuando el mayor es consciente de que le discriminan, de alguna manera se protege y le afectan menos las etiquetas, así que se mantiene activo y si hace falta es capaz de responder ‘usted no es mi nieto, así que no me llame abuelo”, comenta Huici. De hecho, cada vez son más los mayores que se organizan para sentirse útiles y reivindicar que el hecho de estar jubilados no quiere decir que estén ya para el arrastre. Las investigaciones de Fernández-Ballesteros sobre el grado de acuerdo con los distintos estereotipos sobre la vejez también evidencian que las imágenes más negativas van calando menos: si en 1991 más del 80% de la población encuestada pensaba que los mayores hacían un trabajo deficiente, en el 2005 eran poco más del 20%; y el 70% que hace 20 años creía que los mayores no pueden aprender ya no llega al 30%. Con todo, un 70% sigue pensando que los mayores tienen poco interés por el sexo y el 60% que sufren un gran deterioro de salud y muchos déficits.

Lo que no está claro es qué pasará con las próximas generaciones. “Quienes ahora tienen 70-75 años no están muy influenciados por la imagen, son gente que ha vivido una sociedad diferente y es bastante más impermeable al culto a la juventud, la productividad y la belleza de lo que parecen serlo quienes ahora están entre los 40 y los 50. Me gustaría saber qué pasará y qué pensarán estos dentro de 20-25 años, cuando sean mayores”, comenta Ruiz.

Fuente: La Vanguardia

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