Su derrota electoral ha exacerbado entre los podemitas el odio al PP, a los mayores y a todo aquél que no venera a su gran líder morado.

La última noche electoral resultó durísima para los podemitas. En nuestro país jamás unos votantes habían lamentado tanto el resultado electoral de su partido político. Las expectativas generadas por la coalición Unidos Podemos quedaron lejos de materializarse y «la sonrisa de un país» (patente en trámite) se convirtió en la mueca paralizada y desagradable de millones de votantes.

Pero el dolor y el llanto pronto se convirtieron en indignación, que luego mutó a sentimientos mucho más repugnantes. Los ejemplos que verán a continuación pueden herir su sensibilidad, pero no son puntuales, son auténticas corrientes de opinión podemita perfectamente contrastadas (y contrastables). Por desgracia, solamente podemos mostrar unos pocos tuits por motivos editoriales y por limitaciones en el tiempo libre de nuestros lectores. Veamos cómo reaccionaron los votantes de Podemos tras el tortasso.

Este país es una mierda lleno de gilipollas

Reacción común del podemitus domesticus. Suele aparecer con viveza cuando el recuento todavía no ha concluido. Sus síntomas (ira, enrojecimiento y negación de seguir respirando) se manifiestan cuando el escrutinio de las ciudades va muy avanzado y la esperanza de tener un mundo mejor se hunde totalmente. La rabia puede durar varios días (se aconseja vacunar). No hemos ganado, pero yo he votado bien, lo que pasa es que los españoles son más tontos que yo.

Esto es un mal común que nos afecta a muchos, no se lo voy a negar. Pero en el caso de los podemitas, que piensan como manada, hay un componente de clase añadido. Veamos dos elementos: muchos de ellos creen pertenecer a la generación mejor preparada del Sistema Solar y la mayoría son urbanitas. Esto automáticamente desemboca en que los que no votan a Podemos son viejos tontos sin estudios, paletos que viven en pueblos de mala muerte y no en grandes ciudades. Yo tengo un título universitario que me acredita como licenciado en Filología Chechena y como persona humana culta y como votante de lo correcto.

Veamos este ejemplo:

Esta persona tiene razón cuando habla de gente de pueblo desde la cosmopolita y vigorosa Mérida. Es innegable que al final, bajo un molesto sol y aplastados por sus enormes boinas, millones de pueblerinos de la semiabandonada Valencia o de la pequeña Villa de Madrid votaron masivamente al PP. ¿Qué sabrá toda esa gente salvo de recoger algodón en las plantaciones del Parque del Retiro?

Veamos otro análisis más sosegado todavía:

Comparto con este intelectual tuitero que no hay que sacar conclusiones en caliente. Primero hay que analizar bien los datos y las circunstancias. Aquí entra, además, un componente racial que evidencia que este señor acude a la ciencia a buscar respuestas. Votamos mal porque hemos nacido mal. Todo apunta a que nuestra raza española tiene algún tipo de defecto que la genética debe estudiar. Empléese todo el dinero público necesario en esta investigación.

Superados los lamentos, los individuos más preparados proponen soluciones al asunto, también recurriendo a la ciencia:

Es cierto que tampoco da claves para desarrollar su plan y simplemente lo deja todo en manos del azar («a ver si hay suerte»). Y creo que realmente se refiere a un meteorito. No sabe mucho de ciencia, pero sí de lógica. Si hacemos desaparecer España, el PP no podrá ganar más elecciones. Impepinable.

Sobran los abuelos

Ciertos podemitas son más concretos a la hora de determinar los problemas. En alguna ocasión hemos hablado de cierta tendencia hacia la gerontofobia entre los seguidores de Podemos, e incluso entre sus aspirantes a diputado.

Para calentar el tema intergeneracional, en la mañana electoral, un alelado apoderado podemita (de En Marea) de Cambados decidió preguntar qué día era a una señora mayor plantada frente a la urna. El día en el que quedas como basura, debió decir la señora. Por desgracia, la mujer no recordaba el día, así que el apoderado decidió que ese voto debía ser impugnado.

El gran cenutrio grabó la humillante escena que acabó siendo difundida en redes sociales, a modo de denuncia, cometiendo seguramente no pocas ilegalidades y, sobre todo, retratándose. No pocos podemitas defendieron que si esa mujer no sabía qué día era, no podía votar, un requisito que, repentinamente, debían defender. Horas después, el vídeo fue eliminado y el voto de aquella mujer no fue impugnado por En Marea, quedando en evidencia los podemitas y el apoderado.

Llegada la noche electoral y con el fracaso sobre la mesa, volvió a aparecer con fuerza ese odio hacia los mayores, que votan sin saber. La idea clave de estos podemitas es que los ancianos están truncando el futuro de los jóvenes (que, de no ser por ellos, sería esplendoroso):

Es una medida que reduciría considerablemente el censo electoral y facilitaría la victoria de determinados partidos, sin duda. Como vemos, el problema no es si el votante tiene la cabeza en su sitio (que con sesenta y tantos años, ya me dirán…). El problema es a quién vota esta gente.

Otra propuesta, siempre pensando en lo mejor para los ciudadanos, habla de eliminar las pensiones para ver «si la van cascando»:

Economistas consultados acerca de esta propuesta han asegurado que, desde el punto de vista ético, la medida es una auténtica vergüenza y que el Estado debe cumplir sus compromisos. Por otra parte, creen que es una excelente reforma para ajustar el déficit de la Administración que contentaría a Bruselas y enterradores por igual.

La tercera solución, la radical, es más a corto plazo. Se trata de eliminar físicamente a las personas mayores que sobran y limitan (con muy mala leche) el futuro de los más jóvenes. Es la solución más rápida y la menos reversible. Hay que asegurar. Vendría a garantizar la victoria de Podemos en poco tiempo, costando cientos de miles de vidas, lo menos importante en este asunto:

Desde luego, cómo son los comunistas, siempre queriendo venderte las bondades de su ideología: muerte y esperanzas de vida cortas.

Las encuestas nos engañaron

Además de soluciones, han aparecido diversas conspiranoias que intentan explicar, por ejemplo, la decepción generalizada. Según cuentan algunos podemitas, las encuestas estaban fabricadas para que todo el mundo diera por hecho el sorpasso de marras. Todos los sondeos habían hinchado a Podemos adrede. Luego, llegado el baño de realidad del recuento, el resultado de Podemos sería visto como un fracaso y habría llanto y crujir de dientes.

Es curioso, porque el pasado 20 de diciembre acusaron a las empresas de demoscopia de hinchar a Ciudadanos, pero no para provocar la decepción entre sus votantes, sino para otorgar el voto útil al partido de Rivera. Según los podemitas, dependiendo de a quién hinchen las encuestadoras, lo hacen para perjudicar o para beneficiar, aunque sea exactamente la misma hipotética acción. Así son ellos.

Parece evidente que si a alguien perjudicaron las encuestas fue al PSOE, al que los sondeos robaron el voto útil. De haber llegado Podemos a las elecciones con sondeos a la baja, posiblemente su pérdida de votos habría sido todavía mayor. Algunos podemitas ilustres se apuntaron a este discurso del engaño demoscópico. Destaca nuestra querida Teresa Rodríguez, líder de Podemos en Andalucía:

La teoría del engaño es difícil de sostener, pues fueron más de veinte empresas las que publicaron encuestas en las que Unidos Podemos obtenía más votos que el PSOE. Se pondrían todas de acuerdo en una reunión en un viejo castillo en la montaña. Era la madre de Pablo Iglesias (tal como él contó) la que le dijo a su hijo que se le estaba poniendo cara de presidente (pausa para las risas).

A finales de mayo, fuentes de la dirección del partido contaron a Efe que sus encuestas internas confirmaban el sorpasso. Podemos jugó toda la campaña a venderse como la única alternativa posible al partido de Rajoy. Al final, pocos días antes de las elecciones, Pablo Iglesias aseguraba que estaban en un «empate técnico con el PP», algo que ni siquiera advertía ninguna de las encuestas publicadas. Pero la culpa fue de ellas.

Veamos cómo explica el siguiente individuo tuitero el motivo por el que las encuestas no acertaron:

Este señor es Alberto González, autor de los vídeos que atizan a Rajoy en el programa El Intermedio de La Sexta. Más allá de sus desagradables comparaciones, me parece que no ha entendido lo que ha ocurrido. Que apenas seis meses después del 20D un millón de votantes de Podemos no acudieran a las urnas es un dato que no se explica con su teoría. Tal vez, siguiendo su línea de pensamiento, podríamos adivinar que a un millón de españoles les dio vergüenza volver a votar a Podemos.

Pucherazo

Es seguramente el pensamiento más extendido entre los podemitas. Este asunto es complejo, pero revelador. Cuando el recuento empezaba a enseñar el pinchazo de Podemos, el senador Ramón Espinar revelaba en televisión que se había comenzado a contar «por las mesas más pequeñas» (¿mesillas de noche y mesas camillas?).

Después, los podemitas aseguraban que en las ciudades cuentan mucho más despacio, con todo ese ruido y esa polución.

Cuando el recuento terminó y no se obtuvo el resultado deseado, llegaron la indignación y la ira. Pero algunos fueron más allá. Descartada la posibilidad de que hubiera realmente más españoles que prefieren votar a otros partidos antes que a Podemos, hubo que buscar explicaciones. ¡Nos están engañando! Los podemitas exigían que de inmediato la realidad se ajustara al concepto de la realidad que tienen en sus cabezas. ¡Pucherazo!

Lo cierto es que esta corriente de pensamiento no apareció de manera espontánea, sino que tuvo un foco de infección claro cuando Pablo Iglesias puso en duda la limpieza y seguridad de las votaciones a pocos días de las elecciones. Fueron unas declaraciones sin precedentes, propias de un político que sabe que pastorea a sus seguidores casi sin límites. La única prueba que Pablo aportó es que Interior es el departamento que debe organizar los comicios y su ministro es Jorge Fernández Díaz (el del micrófono en el despacho). Ante tal anuncio, varios directores de periódico ordenaron detener sus rotativas hasta que el dato fuera verificado. Cuando se comprobó que ya se conocía quién era el ministro, continuaron trabajando con normalidad.

«Todos los ciudadanos tenemos serias razones para estar preocupados«, comentó Pablo. Es probable que las encuestas que manejaba aquella mañana sí le tuvieran preocupado a él. Cualquier día el conspiranoico Iglesias irá a un plató de La Sexta y en plena emisión se palpará el pecho con cara de terror y gritará «¡me han puesto un micrófono!». Ocurrirá. Pablo sabe de sobra dos cosas: que no se pueden amañar unas elecciones en España y que muchos de sus votantes no lo saben. El caso es que, lanzado el pienso, sobran ovejas.

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