“Quien cree que vales lo que puedas pagar, ese es tu enemigo.”
En su libro Ya la sombra, Felipe Benítez Reyes publicó un poema titulado Residencia de ancianos, donde hay versos hermosos y terribles que hablan de “una condensación de tiempo inerte”, “un olor a pasado y a morfina”, “los ojos que no miran lo que miran”, “el miedo que recorre los pasillos”, “el tiempo que ha dejado de ser vida”… Lo publicó en 2018, pero hoy, por desgracia, ha cobrado una actualidad dolorosa, cuando el huracán del coronavirus ha abierto las puertas de los geriátricos y lo que se sospechaba pero no se quería dejar ver se ha visto: que en muchos casos, esos centros no existen para cuidar a los mayores, sino para librarse de ellos; que en una parte de ellos los maltratan; que son un negocio cruel y en alza, dado el crecimiento de la esperanza de vida en el mundo y especialmente en España, que es un paraíso de la tercera edad; y sobre todo, que expresan como pocas cosas la inmoralidad y la bajeza de nuestras sociedades, que en lugar de ver en la experiencia un grado y respetar a los más viejos como lo han hecho todas las sociedades inteligentes, sólo ven en los ancianos a personas inútiles, prescindibles, onerosas porque ya están fuera del mercado, gastan y no producen. Cada tanto, aparece una o un ministro para afirmar que el sistema no puede soportar la carga de las pensiones, lo cual, dicho en plata, deja entrever un reproche: esa gente se empeña en no morirse, incrementa el gasto farmacéutico, su jubilación es cara. Entre otras cosas, eso que se callan, pero piensan e insinúan en sus discursos, ese argumento demuestra la idea que tienen del sentido de los impuestos y el del trabajo, al plantear las prestaciones como una limosna, en lugar de como un derecho que se ha ganado la gente con sus años de cotización. No les regalan nada, sólo les devuelven una parte de lo que han dado.
El coronavirus no mata sólo de octogenarios en adelante, como se supuso al principio, pero sí que las personas mayores de 80 años son el 60% de las víctimas y, sobre todo, son las que están muriendo a solas, a veces en edificios abandonados de los que deserta el personal, en muchos casos operarios no especializados con contratos precarios, que cobran menos de mil euros al mes y no tienen ni la preparación, ni la vocación, ni la deontología de los profesionales de la Sanidad que estos días aciagos se están dejando literalmente la vida para intentar salvar las de los demás. ¿Cuál es el origen de esta tragedia? Muy fácil, el de casi todas: el dinero. Los geriátricos son aquí, en su inmensa mayoría, privados o se han acogido a la trampa de lo concertado. Por lo tanto, sus gestores miran y no ven pacientes sino clientes. Los propietarios son pocos y muchos de ellos son fondos buitre. Eso es lo que estaba pasando y ahora ha salido a la luz.
Cuando algunos sostenemos que aquello que es necesario para vivir debería ser público, nacionalizarse, estar sometido al control político y ser transparente para que la ciudadanía vea lo que hay dentro, siempre hay alguien a tu lado que se sonríe, que te mira con ironía y condescendencia. Son las y los defensores del neoliberalismo, esa máquina trituradora que ha reducido a polvo muchas de las conquistas que le había costado siglos lograr a la humanidad. Son los que justificaban que se cerrasen hospitales, que se redujeran las plantillas de la Seguridad Social, que se vendieran sanatorios a especuladores; son quienes criticaban a médicos, enfermeras y celadores por pedir mejores condiciones laborales y por denunciar las carencias que se multiplicaban en las clínicas; y también son quienes ahora encuentran natural que muchas empresas que han ganado miles de millones en sus últimos ejercicios hagan un ERTE que en algunos casos tratarán de convertir en ERE a los seis meses. Y que pague el Estado, que para eso sí que existe.
Inditex ganó 3.638 millones; Renaul,: 2.900 millones; Ikea, 1.817 millones; IAG, 1.715 millones; H&M, 1.639 millones y Ryanair, 1.020 millones, pero todas ellas lo han pedido. Para darles una lección, Estrella Galicia ha prometido no hacerlo de momento, y a ver qué pasa de aquí a mayo. Las cosas se pueden hacer de otra forma. Cuando volvamos a salir a la calle, lo haremos a un mundo distinto. La pregunta es si con el tiempo que hemos tenido para reflexionar seremos capaces de no volver a tropezarnos en la misma piedra. Lo público es un servicio; lo privado, un negocio. A veces, la raya que separa una cosa de la otra es la que va de la vida a la muerte. Que se lo pregunten a los asesinos de la tercera edad. Cuando esto pase, la ley tiene que perseguirlos y llegar hasta ellos, por muy altos que estén sus despachos.