La experiencia no pasa de moda.
El mes pasado comenté el mal uso de los recursos que para la sociedad supone el perder a numerosas mujeres después de pocos años de ejercicio de su carrera. Hoy vamos a enfocarnos en otro enorme pool de talento que nuestra sociedad, en mi opinión, minusvalora sistemáticamente. El desperdicio de talento, en este caso, se deriva de la reciente tendencia de prejubilar a trabajadores de poco más de 50 años en profesiones en las que la experiencia aporta, y mucho.
Acerquémonos al problema desde varios ángulos.
En primer lugar, la relación de nuestra sociedad con la edad es contradictoria. Por una parte, estamos hartos de oír frases como que “los 40 (o incluso los 50) son los nuevos 30”. Podemos ver que en las carreras populares que interrumpen el tráfico de nuestras ciudades cada domingo abundan corredores de 70 y más años. O que las aulas universitarias vuelven a abrirse para seniors y jubilados.
Hace poco leíamos acerca de Luigi Milana, un italiano que había completado su séptima licenciatura (y con matrícula de honor, por cierto) en la Universidad de Padua a los 83 años. Las estadísticas oficiales de esperanza de vida y de salud no dejan de confirmar esas anécdotas: hoy la gente vive más y goza de mejor salud física y mental que nunca antes.
En segundo lugar, leemos continuamente acerca de los problemas que tendremos bien pronto para sostener el sistema de pensiones público. Hay demasiados jubilados por cada trabajador, y las espaldas de los que están en activo pronto no podrán cargar con más peso. Dicho a la inversa, hay demasiados pocos trabajadores en activo por cada jubilado. Necesitamos más trabajadores en activo, y menos jubilados.
Uniendo ambos puntos, tenemos cada vez más viejos que están bien de salud y de cabeza, que se sienten y están activos… y que disfrutan de jubilaciones cada vez más precarias y que pronto no nos podremos permitir en absoluto. Me consta además que muchos querrían seguir trabajando. Entonces, ¿por qué se empeñan las empresas, y la sociedad en su conjunto, en mandarlos a casa a edades cada vez más tempranas?
Pero hay aún un tercer aspecto que debería ser importante. Es curioso que todo esto ocurra al mismo tiempo que en nuestra vida diaria, en nuestro trabajo y caminando por la calle estemos cada vez más abiertos a la diversidad en casi todos los ámbitos: diversidad de género, de orientación sexual, de raza, de credo religioso, de maneras de concebir la vida. Cualquier discriminación basada en una de esa razones nos parece inaceptable, fundamentalmente porque lo es.
Y sin embargo, aceptamos abiertamente discriminar por edad. Y lo hacemos incluso explícitamente. Cuando se negocia un ERE entre una empresa y los sindicatos, el criterio en el que rápidamente se converge para separar a los que se tienen que marchar de los que se van a quedar es el de la edad. Cualquier otro (incluido el más obvio de la competencia o incompetencia profesional) se ve intuitivamente como inaceptable por las partes negociadoras.
Lo he visto con mis propios ojos, y está ocurriendo ahora mismo en empresas grandes y medianas de nuestro país. El resultado es que enviamos a los que tienen más experiencia a engrosar el número de quienes cobran una pensión (a esas edades es difícil volver a encontrar trabajo) y aumentamos la carga social sobre los que continúan trabajando.
Sigamos con el tema de la diversidad: si como jóvenes asociados de 26 años aceptaríamos perfectamente junto a nosotros en un despacho de abogados a un compañero de raza negra, o budista, o mujer…¿por qué veríamos con extrañeza a uno (o a una, enlazando con mi artículo anterior sobre ese tema) de 40 años? Nuestros prejuicios son claros: a partir de los 50 o 55 sólo deben quedar en la oficina los muy jefes. Sencillamente no concebimos que haya compañeros ascendiendo por los tramos inferiores del escalafón si son mayores de lo que pensamos que es “lo debido”.
No sé si han tenido la oportunidad de ver una reciente película que contaba como protagonista con Robert de Niro, titulada “El Becario”. Tocaba muchos de estos temas con buen humor y sentido común. El buen humor y el sentido común de los que ya han cumplido los 60 y se ven con energía e inteligencia para aportar todavía mucho y no ser meros receptores de una pensión.
Fuente: confilegal.com
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